Ayer por la tarde fuimos a pasear Mario y yo.
Destino: el río. Le encanta.
Me puse las gafas de sol. Esas que los adultos nos
ponemos para que no nos vean. O para no
mirar.
Mario se dio cuenta al microsegundo y me dijo:
- Mamá, quitar gafas.
Y quería decir:
- Mamá, quítate las gafas para que te pueda mirar
los ojos.
Es un milagro. No solo quiere mirarme, cosa
impensable hace un año (todo lo contrario, le agarraba la carita y se evadía
poniendo los ojos en blanco) sino que se salta las barreras que le impiden a
hacerlo, se comunica, habla y se asegura que me guardo las gafas en el
bolsillo.
Pese a la crueldad del autismo, que sentimos muchas
veces a lo largo del día (vinimos de vacaciones de Semana Santa agotados y
pensando en no volver a coger un avión en los próximos tres o cuatro años, todo
bien organizado, todo anticipado, todo...pero el cambio de rutinas a Mario le
desestructuró un montón y su inflexibilidad hizo mella en nosotros)...
hay momentos en que me maravillo...
y no puedo respirar de la felicidad.