Hace unos días tuvimos cita en el
centro juvenil, ese que tan poca empatía y cariño ha tenido con nosotros y del
que hoy, un año y medio después, todavía estoy esperando el informe diagnóstico
sobre mi hijo Mario (cuando lo reclamé el año pasado la respuesta fue: “Señora,
con esa actitud beligerante no va a ningún sitio”). Más vale que yo no fui a
esa cita, porque las frases cumbre de la psicóloga en los tres cuartos de hora
que duró la visita fueron:
-“Pues tiene poco contacto visual ¿no?”
Y siguiente frase:
-“Su hermana ya le habrá
adelantado en lenguaje ¿no?”
Me sube la rabia porque nunca he
percibido tan poca inteligencia en las palabras de una profesional que
pronuncia dos frases hirientes mirándote fijamente mientras sientes que nada
sabe sobre tu hijo y mucho menos va a saber a partir de ahora. La misma señora
que comparte la opinión del centro, que hace tres meses dio el alta a mi hijo con
un diagnóstico alucinante: Asperger. O se piensan que soy tonta o los treinta años
que llevan de carrera profesional no les han servicio para nada. ¡Asperger! ¡Si
la producción fonológica de Mario es casi nula!
¡Dios!. Para compensar ese mismo
día quedé a tomar café con un protagonista anónimo, Iñigo, el chico con la
enfermedad de Crohn que estaba en la habitación de Mario cuando estuvo
ingresado en el hospital con el rotavirus. Yo traté de localizarlo cuando
presenté el libro, para invitarlo a venir, pero el no saber su apellido y la
ley de protección de datos lo impidieron. Sin embargo, un profesor suyo le había
dicho hacía unos días que protagonizaba un capítulo de La alegría muda de
Mario. Y me envió un email. ¡Qué alegría me llevé! Está mucho mejor, no perdió
el curso y está animado. Su semblanza también es de lucha y de superación…espero
que leer nuestra historia le haya hecho muy feliz.
Y Mario avanza
a paso de tortuga. Ha empezado el cole y ha sufrido su duelo particular porque
sus cuatro compañeros del año pasado han cambiado de cole y han entrado cuatro
nuevos, más pequeños, que requieren atención de las profesoras. Las rabietas
por no se sabe qué y la inflexibilidad se han vuelto abismales. Es capaz de
bajarse de la bici cada dos metros para poner rectas las ruedas porque no puede
soportar que giren mientras él está encima. Pero a la vez nos maravilla porque
de la nada hace un puzle completo de 60 piezas de Manny Manitas y porque sus
frases empiezan a ser espontáneas y coherentes:
-Mario se va
a dormir y a roncar (por “me voy a dormir”)
-Se monta
Mario en la moto (por “quiero montarme en la moto”)
-Quieres al
pueblo con la moto a subir (por “quiero subir al pueblo con la moto”)
Y la petite… mucho genio, desobediente,
provocadora, actriz… antes de los dos años, allá por junio, le tuvimos que
quitar el pañal porque se negaba a llevarlo. Y ahora, ¡cómo suelta los números
hasta el diez en varios idiomas y te lanza frases dardo tipo “soy un crack” y “soy
mayor”!
Y yo sigo a un ritmo vertiginoso.
Tenemos más de cuarenta niños en la asociación y todos reciben su terapia
individualizada.
Hay dos malísimos consejos que recibí el año pasado cuando nos
diagnosticaron. El primero me lo dio una terapeuta de la asociación de discapacidad,
que me dijo que mi hijo en verano era mejor que descansara de terapia. El segundo
me lo dio una madre de esa misma asociación, que me dijo que no me preocupara
(tiene gracia, en pleno sufrimiento), que el primer año del diagnóstico era muy
estresante pero que luego todo se calmaba. Ni una cosa ni la otra sino todo lo
contario. La juego-terapia es vital, esencial y nutriente. A diario, con
constancia, con amor. Y esto no se calma con el tiempo, al revés, surgen nuevos
retos, nuevos horizontes, más metas que lograr y más niños a los que ayudar.
Pero todo esto tiene un precio. El miércoles
pasado se me quedó la llave del coche dentro, en la puerta de la guarde de la
petite, con el coche cerrado por fuera. El viernes me robaron el teléfono. Ayer
perdí las llaves de casa.
A cambio no me roto una pierna ni me ha dado
un infarto, es decir la vida tiene a bien darme avisos de que voy metiendo
quinta con mucha energía, que me inunda porque el año pasado todo fue cuesta
arriba y hoy el oxígeno puro que respiré en la cumbre del duelo y en el pozo
del infierno me impulsa cuesta abajo disfrutando del vértigo de la velocidad de
lograr metas impensables y sombras soñadas. Pero ¡ojo!, tengo que frenar un
poco porque la vida son dos días y los quiero disfrutar a tope.
Feliz rentrée y radiante otoño para todos.
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